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Un baño termal a cielo abierto

Una buena base para conocer la zona volcánica de Islandia es el lago Mývatn, un enorme cráter de un antiguo volcán. Punto de partida para diversas excursiones, permite disfrutar de uno de los baños termales más espectaculares de la isla. A diferencia del conocidísmo Lago Azul, que aprovecha las aguas de la térmica de vapor telúrico próxima a Reikiavik, el complejo termal de Mývatn gana en modestia y tranquilidad. Esta zona es sobre todo la del olor permanente a azufre o huevo podrido. La razón está bajo nuestros pies. Toda la zona es volcánica. Uno de los ejercicios obligados es tocar el suelo para comprobar la temperatura. La huellas de la gran erupción del Krafta están presentes en todo el paisaje con las olas de coladas petrificadas, las kilométricas grietas del terreno y las silbantes humaredas de las fumarolas.
Por otra parte, las bravas aguas del río Jökulsá, uno de los muchos nacidos del glaciar del Vatnajökull, han abierto una brecha brutal, encajonando en un cañón tumultuoso unas desbocadas aguas que han creado dos de las cascadas más inquietantes de la isla: Detifoss y Selfoss. La primera, de apenas 40 metros de caída, es un monstruo de la naturaleza que desagua doscientos metros cúbicos de agua al segundo. Quizá bastaría decir que es la más caudalosa de Europa. Por el contrario, Selfoss sorprende porque rehúye la frontalidad y vierte sus aguas en una fractura lateral en un juego de sofisticación frente a la vastedad del Detifoss.
Próxima a esta zona de altas temperaturas se llega a Landmannalaugar, otro clásico. Su extensión y accidentada orografía permite que los cientos de visitantes diarios pasen desapercibidos. Este lugar requiere, además de estar en buena forma (no se trata de hacer cumbre pero sí de varios kilómetros de subidas y bajas), disfrutar de un punto de sensibilidad para dejarse empapar de las decenas de colores y cientos de matices que tapizan los romos montes, vaguadas y cañones formados con los más puro minerales salidos de las entrañas de la tierra, como si la corteza terrestre se hubiese dado la vuela como un calcetín.

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