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Otro planeta

En su primer invierno en Islandia, más de una mañana antes de salir de casa, con 16 grados bajo cero, Silvia V. Biörgvinsdóttir tiene que retirar el medio metro de nieve que le bloquea la salida. «Una buena forma de entrar en calor en un país tan frío. ¡Dónde me he metido!». Acababa de llegar a la tierra de su madre, que desde hace unos pocos años es también de oportunidades, y en ella quiere probar suerte. Está cerca del círculo polar ártico.

Aterrizar en Islandia debe de ser lo más parecido a hacerlo en otro planeta. Por algo los astronautas del programa Apolo eligieron esta isla para preparar sus expediciones a la Luna. Abres el grifo y el agua caliente desprende un suave olor a huevos podridos, agua sulfurosa; recorres el país y más que árboles ves volcanes, desiertos de lava, charcos de barro en ebullición, géiseres y glaciares. A este cóctel geológico hay que añadir terremotos frecuentes y una erupción volcánica cada cinco años.

Hielo y fuego, Islandia es un territorio de contrastes límite, situado en la frontera natural para la supervivencia humana. Solo está habitado desde el siglo noveno, cuando allí arribaron cuatrocientas familias expulsadas de Noruega. En ese lugar tan inhóspito, con inviernos de solo cuatro horas de luz tenue y unos recursos escasos, hoy sus 310.000 habitantes (como Vigo) obran el milagro de saber obtener el máximo provecho. «Hasta la Segunda Guerra Mundial éramos el Tercer Mundo. Estados Unidos estableció una base militar y con ella llegaron las divisas, que supimos aprovechar para modernizar nuestra importante flota pesquera. Somos el único país que se ha hecho rico con la guerra», dice Margrét Jónsdóttir, directora de relaciones internacionales de la Universidad de Reikiavik. Hoy disfrutan de la sexta renta per cápita y del máximo nivel de vida del mundo; también del más caro.

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