Europa y América se separan un par de centímetros al año. Las dos placas tectónicas se alejan, y en medio, en el fondo del Atlántico, queda una cicatriz colosal que se va abriendo poco a poco, una grieta submarina por la que brota el magma a golpe de erupciones y terremotos. Así nació Islandia, con los materiales que salieron de la herida y emergieron del océano. Las islas Vestmann constituyen uno de los últimos brotes. Aparecieron entre las aguas hace cinco o diez mil años, apenas un suspiro en la escala geológica, y todavía se sacuden con los estertores de la creación. En 1963, una columna de vapor se elevó en el horizonte a pocos kilómetros de la isla de Heimaey y creció hasta alcanzar diez kilómetros de altura. Pronto asomó entre las aguas un cono volcánico que escupió lava durante cuatro años y formó una isla de tres kilómetros cuadrados: el islote de Surtsey, una maravilla de interés planetario porque permitió que los biólogos asistieran a un proceso de colonización natural en ...
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