Es Navidad en ReikJavik, y Eva Hauksdottir encabeza una banda de 60 manifestantes que se hacen oír con silbatos, golpeando sartenes y gritando. Paguen sus propias deudas, voceaban mientras visitaban una sucursal bancaria tras otra en la capital de Islandia. No hagan que paguen los niños. Cuando no lidera uno de los actos de protesta casi diarios en esta tierra devastada por la crisis financiera mundial, Hauksdottir vende amuletos hechos con garras de perdiz nival, un pájaro local, y muñecos de vudú con forma de banqueros. Hauksdottir prevé que perderá su casa, que ahora vale menos que cuando la compró hace dos años, después de que la cantidad que debe se disparó más de 20 por ciento. El malestar producido por la terminación de una bonanza económica de cinco años eclipsa las fiestas en el país de 320,000 habitantes cercano al Círculo Artico, de un folklore habitado de magia, elfos y duendes nórdicos. La expansión concluyó con el colapso del mercado de hipotecas subprime o de alto riesg
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