Son las tres de la madrugada y luce un sol magnífico para la hora que es. El distrito 101 de Reykjavík bulle a esas horas del verano. En la puerta de los bares la gente se agolpa esperando entrar. El sol de medianoche desde finales de junio hasta principios de septiembre transforma el carácter de la ciudad y de sus habitantes. Para un espectador con prejuicios sobre el tópico del aburrimiento de los nórdicos, éste se cae aquí inmediatamente. Reykjavík, ciudad crepuscular y extrema, colindante con el círculo polar ártico, parece una pequeña aldea irreal en una bahía de un confín de este mundo; es la cala de humo, según la traducción del antiguo dialecto del que proviene el islandés actual. La periodista Alda Ólafsson describe así la ciudad: 'Intensa cultural y socialmente, típicamente nórdica, limpia y correcta, y agradable a la vista. Sus calles y bares rezuman vida por la noche, a pesar de que el tiempo normalmente no invita mucho a salir de casa. Si pensamos en su tamaño, es lo ...
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