Envuelto en niebla, cubierto de hielo, en la noche ártica o bajo el sol de medianoche, el Ártico parece siempre mentira, y es quizás por eso por lo que siempre lo hayamos concebido como un lugar imaginario, un territorio para la nostalgia. Los escritores del siglo XIX lo veían como un paisaje de la prehistoria que el pasado se había dejado olvidado. Para nosotros, por el contrario, se ha convertido en el símbolo de todas nuestras preocupaciones del futuro, de nuestros temores por el medio ambiente. El hielo ártico parece condenado a esta mirada melancólica.
No es sin justificación. El Ártico, que visto desde la cubierta de este barco parece un espacio inmaculado, es en realidad uno de los mares más contaminados del planeta. Últimamente se habla mucho de su temperatura, pero quizá sea más alarmante su composición, en la que flotan las toxinas de la industria rusa y la americana. En el Ártico se han detonado bombas atómicas experimentales, desde hace décadas los submarinos nucleares se arrastran por sus fondos y en sus costas vierten los oleoductos de Alaska y las industrias farmacéuticas de Siberia (los científicos han medido grandes cantidades de antidepresivos en este océano somnoliento, toda una ironía).
En los años setenta se temía que el Ártico se extendiese por todo el hemisferio, pero hoy los científicos encuentran más razones para temer que se derrita. Catorce millones de kilómetros cuadrados de hielo hacen que cualquier cálculo lleve implícita una catástrofe planetaria. El Ártico tiene esa cualidad monstruosa: todo es gigantesco, para mal y para bien. «Un iceberg grande ?me dirá Jill cuando naveguemos frente a los glaciares y las montañas de hielo de Groenlandia? podría dar de beber un vaso de agua a cada ser humano durante más de mil años? Si es que el mundo llega a durar tanto». Quizá sea esta la razón por la que el Ártico ocupa ese lugar tan especial en nuestra imaginación. A principios del siglo pasado era menos conocido que la Luna, que al menos era observable. Hoy es como un subconsciente helado de la humanidad en el que se reúnen todos nuestros fantasmas, la página en blanco sobre la que proyectamos la pesadilla de un mundo deshabitado. El Ártico está asociado al sufrimiento (los exploradores congelados, los campos de concentración soviéticos), pero también a la pureza del hielo. Es hermoso y peligroso; es una bendición y una amenaza; lo tememos y tememos por él. Es comprensible, el hielo tiene esa extraña propiedad: puede durar 20.000 años, pero puede también desaparecer en cinco minutos.
Info: La voz de Galicia
Qué miserables somos los humanos, cómo dejamos perder no sólo lo que vemos y tocamos, sino también lo que nunca llegaremos a ver ni a tocar! Cuando vamos a dejar de ser unos piratas al abordaje de nuestro propio barco?
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