Thor Vilhjámsson (1925-), toda una institución de la literatura nórdica, que además de escritor es pintor. ‘Arde el musgo gris’ es su novela más emblemática, con la que ganó en 1988 el llamado “pequeño premio Nobel”.
La historia, la de un incesto en el siglo XIX, que supone un reto para el joven magistrado Ásmandur. La relación amorosa que mantienen los dos hermanos implicados no es sólo un caso más, y una nueva página en la historia de la jurisdicción islandesa. El libro toma un relato que ocurrió realmente, y le da nuevos matices, captura nuevos terrenos donde reflexionar acerca de temas anexos. Y el autor consigue un resultado clamoroso, un prodigio de la narrativa, que no tiene precedentes al menos de mi experiencia personal como lector. Llega un momento en el que la trama es una simple excusa, un tenue nexo que determina el desarrollo argumental, cuando lo hay.
Y es que ‘Arde el musgo gris’ es un excelente ejercicio de estilo, una prueba de la capacidad de su autor para mantener el interés y la permanente curiosidad de aprender sobre la comunicación escrita. Porque la novela es la materialización de la fascinación. Provoca en el lector una sensación parecida a la del adormecimiento, la ensoñación. Las palabras fluyen y uno no sabe muy bien cómo ni por qué. Ásmandur aparece de vez en cuando, pero nosotros ya estamos perdidos en la vorágine de riquísimo vocabulario y explicitud lingüística que compone una experiencia inigualable.
Sigue leyendo el articulo en el blog de: Luisfer Romero Calero - Papel en Blanco
La historia, la de un incesto en el siglo XIX, que supone un reto para el joven magistrado Ásmandur. La relación amorosa que mantienen los dos hermanos implicados no es sólo un caso más, y una nueva página en la historia de la jurisdicción islandesa. El libro toma un relato que ocurrió realmente, y le da nuevos matices, captura nuevos terrenos donde reflexionar acerca de temas anexos. Y el autor consigue un resultado clamoroso, un prodigio de la narrativa, que no tiene precedentes al menos de mi experiencia personal como lector. Llega un momento en el que la trama es una simple excusa, un tenue nexo que determina el desarrollo argumental, cuando lo hay.
Y es que ‘Arde el musgo gris’ es un excelente ejercicio de estilo, una prueba de la capacidad de su autor para mantener el interés y la permanente curiosidad de aprender sobre la comunicación escrita. Porque la novela es la materialización de la fascinación. Provoca en el lector una sensación parecida a la del adormecimiento, la ensoñación. Las palabras fluyen y uno no sabe muy bien cómo ni por qué. Ásmandur aparece de vez en cuando, pero nosotros ya estamos perdidos en la vorágine de riquísimo vocabulario y explicitud lingüística que compone una experiencia inigualable.
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