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Salvar a las Ballenas

Desde hoy hasta el viernes, la ciudad marroquí de Agadir (nombre inolvidable para los españoles de más de 50 años) será el escenario en el que una serie de personajes representativos de los intereses económicos de países muy concretos se sentarán para defender lo que sólo admiten como válido Noruega, Japón, Islandia y algún inquietante representante de una mínima parte de la sociedad chilena: la reapertura, 25 años después de ser aprobada una moratoria que permitió recuperar mínimamente su bien organizada vida, de la caza inmisericorde de ballenas. Así, porque sí, porque lo que realmente importa es lo que opina el chileno que preside la Comisión Ballenera Internacional (CBI), bien aleccionado por Japón, Noruega e Islandia, cazadores extremos de grandes cetáceos no para investigar -como eufemísticamente denominan ellos a lo que no es otra cosa que matar- sino para vender y/o consumir. Porque Islandia, Japón y Noruega comercializan la carne de ballena y obtienen pingües beneficios con su venta o consumo directo. Pero les da vergüenza presentarse ante la sociedad como lo que son: lobos de los mares que no se detienen ante nada y menos ante una ballena tenga esta el tamaño que tenga y sea de la especie que sea. Consumir, vender, ganar... y que se mantenga el negocio hasta que la última ballena, esté o no en su santuario antártico, caiga bajo el peso asesino de un arpón lanzado desde la proa de un ballenero.

No hay tregua: ni Noruega, ni Japón, ni Islandia, han permanecido atentos y obedientes a lo que, hace 25 años, dictaba la CBI y han seguido matando, asesinando salvajemente a unos animales que sólo significan carne, grasa y aprovechamiento de su carne y grasa para múltiples producciones ajenas a la necesidad entendible de comer. Porque nuestra sociedad asume que, en caso de hambruna, una ballena puede significar la solución momentánea que todos esperan; pero ninguno de los citados tres países precisa de carne de ballena para dar de comer a sus ciudadanos.


La supervivencia de muchos grandes cetáceos está en manos de una sociedad que ya no puede presentarse como defensora de los derechos de los animales. En este caso, los mamíferos marinos como la ballena están más próximos a la vida humana que otros animales bien cuidados y civilmente admitidos y defendidos; pero son tan inmensamente grandes, de una vida tan compleja e interesante a la vez, que muchos son los se encogen de hombros ante el dilema de tener que decidir sobre el tratamiento de las cada vez más menguadas reservas de ballenas.

Estas tienen sus códigos, sus métodos y sistemas de vida. No son dañinas para el hombre; no, al menos, en la medida que podría serlo otro animal terrestre o marino de su talla. Pero son muy pocos los que las defienden ante los intereses de la CBI y de los armadores de contados buques que, en la penúltima ola, esperan el pantocazo que les dará vida a cambio de la muerte de otro ser inteligente que se pierde poco a poco en aras de una sociedad que, como la japonesa, la islandesa o la noruega, cierran los ojos ante un buen filete de ballena y no hacen ascos al aguardiente de quemar que se destila más allá de la libación también admitida. Chile, un chileno mejor dicho, se ha subido al carro de los noruegos, los japoneses y los islandeses. Comerán carne de ballena y seguirán diciendo que la suya es una caza con fines científicos. Pero los técnicos no decaerán, querrán seguir en la brecha esquilmando los mares de grandes monstruos. A nadie importará que un niño llore porque alguien ha matado su ballena, el cetáceo que nadaba libre y al que las entidades bancarias que manejan unos pocos han puesto precio a modo de crédito. Al niño se le agotarán las lágrimas y a los mares las ballenas.

Que descansen en paz. Si es que lo pueden hacer aquellos que matan seres indefensos a la par que grandes. Gracias a ellos dentro de pocos años no podrán contar a sus hijos o sus nietos que hubo un tiempo en el que las ballenas compartían la mar con los hombres, si bien a las ballenas les ocurrió lo que a toda especie viva que no preservamos: se murieron como lo habían hecho, miles de años antes, los dinosaurios.

Agadir temblará nuevamente a consecuencia del terremoto ballenero.

Info: Antón Luaces - La Opinion de Coruña

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