Podría parecer una invitación al suicidio pero se convierte, a la hora de la verdad, en una obra de arte: un listado de canciones largas, muchas sin estribillo, la mayoría cantadas en islandés, otras en un idioma ficticio, sólo una en inglés. Del tormento interior de una banda, de la dolorosa e inevitable necesidad de crear, nacen las mariposas, medran las flores y surge una de las propuestas musicales más peculiares, más hipnóticas del planeta.
Las canciones de Sigur Rós pueden ser lágrimas que se deslizan con infinita ternura por la mejilla, latidos vibrantes que tensan cada músculo o apoteósicas ráfagas de fuerza vital. Pueden ser lo que quieras y son, por encima del traje y el continente, pulidas joyas de belleza popular.
Hay algo en su música que te empuja al abismo sin remedio, más allá de su capacidad para crear atmósferas amables, tiernas. Asoma la personalísima voz de Jonsi, de una sensibilidad extrema, mientras rasga su guitarra con la púa o con el arco de un violonchelo, tras la maraña de líneas sonoras del conjunto, las dulces melodías de los teclados, la fuerza de los arreglos de viento y cuerda, y construye canciones en armonía con el cosmos.
Sigur Rós alcanza la metafísica y su música no se escucha, se vive, se siente. Su obra sabe a tierra húmeda y a hielo, a puestas de sol en su Islandia natal. Suenan actuales pero hace tiempo que traspasaron el riesgo caduco de lo inmediato. Todo cuadra, todo huele a victoria. Cada vez que comienza una canción es conveniente tener a alguien cerca a quien poder dar un largo abrazo.
Los islandeses no son un número, ni una fecha. Su triunfo es global, huye de lo concreto para dejar el poso de ofrecer una experiencia única. La del jueves en Benicàssim lo fue. Afirma Jonsi que en ocasiones sueña con salir volando del escenario, en plena actuación. De perfil, en el Verde del FIB Heineken 2008, en el cénit de una noche mágica, emergían de su espalda dos pequeñas alas celestiales.
Después de la trascendental exhibición lo demás supo a poco, pese a ser notable. Facto Delafé y las Flores Azules divirtieron al personal en un Vodafone FIB Club que se quedó diminuto para albergar el torrente sonoro de unos arrolladores, por intensos y vibrantes, Battles.
Escrito por Enrique Ballester en Levante-EMV
Las canciones de Sigur Rós pueden ser lágrimas que se deslizan con infinita ternura por la mejilla, latidos vibrantes que tensan cada músculo o apoteósicas ráfagas de fuerza vital. Pueden ser lo que quieras y son, por encima del traje y el continente, pulidas joyas de belleza popular.
Hay algo en su música que te empuja al abismo sin remedio, más allá de su capacidad para crear atmósferas amables, tiernas. Asoma la personalísima voz de Jonsi, de una sensibilidad extrema, mientras rasga su guitarra con la púa o con el arco de un violonchelo, tras la maraña de líneas sonoras del conjunto, las dulces melodías de los teclados, la fuerza de los arreglos de viento y cuerda, y construye canciones en armonía con el cosmos.
Sigur Rós alcanza la metafísica y su música no se escucha, se vive, se siente. Su obra sabe a tierra húmeda y a hielo, a puestas de sol en su Islandia natal. Suenan actuales pero hace tiempo que traspasaron el riesgo caduco de lo inmediato. Todo cuadra, todo huele a victoria. Cada vez que comienza una canción es conveniente tener a alguien cerca a quien poder dar un largo abrazo.
Los islandeses no son un número, ni una fecha. Su triunfo es global, huye de lo concreto para dejar el poso de ofrecer una experiencia única. La del jueves en Benicàssim lo fue. Afirma Jonsi que en ocasiones sueña con salir volando del escenario, en plena actuación. De perfil, en el Verde del FIB Heineken 2008, en el cénit de una noche mágica, emergían de su espalda dos pequeñas alas celestiales.
Después de la trascendental exhibición lo demás supo a poco, pese a ser notable. Facto Delafé y las Flores Azules divirtieron al personal en un Vodafone FIB Club que se quedó diminuto para albergar el torrente sonoro de unos arrolladores, por intensos y vibrantes, Battles.
Escrito por Enrique Ballester en Levante-EMV
qué gran crónica y qué gran grupo
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